martes, 7 de agosto de 2012

UNA PROPUESTA REFUNDACIONAL

Por Federico Storani. fredi@redynet2.com.ar


La política, en un sentido amplio, es la actividad humana tendiente a organizar a la sociedad. Cuando se formula un proyecto político se lo piensa intentando abarcar a toda la sociedad: las reivindicaciones específicas o sectoriales que existen de manera natural tienden a unirse o simplificarse bajo determinados denominadores comunes y así se alcanza una propuesta global.

En este momento atravesamos una etapa en la que soportamos una prédica muy fuerte en contra de la política como actividad. Pero no existe ninguna disciplina neutra a la política: no existe una suerte de economía pura, existen políticas económicas; así como tampoco existe el conocimiento científico y tecnológico independiente de la política y los ejemplos podrían continuar.
El problema de siempre, podríamos decir que el problema de la historia de la humanidad, es quién hace política. Y es el tema clave porque allí reside la clave de la legitimidad. ¿Quién de nosotros estaría dispuesto a resignar nuestra cuota-parte de libertad, si nos basáramos en el Contrato Social y las doctrinas contractualistas, para delegar en un poder que se transformaría en el ordenador que necesitaría la sociedad? ¿Cuál es la razón que justificaría una decisión así? En la esencia de esas preguntas reside el núcleo de aquel axioma que define a la política como el “arte de lo posible”.

Una definición elemental nos señala que la democracia es dueña de una legitimidad insustituible. Lo que debe hacerse es mejorar al máximo la legitimidad democrática, y eso es posible. Y en ese sentido concurren una serie de factores que son políticos, que son económicos, que son institucionales, que son culturales.
La Argentina tiene dos grandes vertientes populares, una es la que hoy está en el poder y a la que nosotros calificamos como populismo, sin que esta definición conlleve necesariamente un tinte despectivo, ese populismo tiene como tronco fundamental a las distintas variantes del peronismo según los ciclos históricos. El populismo peronista en ciertas etapas asume posiciones sumamente conservadoras o neoliberales como se la definió durante el período de Menem en los años 90, en ese ciclo fueron los abanderados de todo el proceso de privatizaciones de las Empresas del Estado y de los recursos naturales que además se llevaron a cabo con un altísimo nivel de corrupción, nunca está demás aclarar que en ese proceso Menem fue acompañado por los Kirchner de principio a fin.
Porque Néstor Kirchner, que era gobernador de Santa Cruz, militó abiertamente para reclutar Diputados para dar quórum para la privatización de YPF, y después felicitó a Menem diciendo que era el presidente más importante de la historia por lo que había ocurrido. Después vino ese proceso de argentinización entre comillas que significó el ingreso del Grupo Eskenazi, que ingresó al negocio sin poner un peso simplemente porque eran amigos del poder kirchnerista. Ahora se plantea nuevamente la renacionalización de YPF, la consecuencia de esta política errática, cambiante, incoherente, es la crisis energética que sufrimos los argentinos y el constante aumento de precios del combustible y su impacto en toda la cadena de comercialización.

El ciclo populista de lo que hoy se denomina Kirchnerismo es una vertiente que se define a sí misma y se presenta como progresista y popular, pero para nuestro análisis es necesario alcanzar una definición mas precisa del kirchnerismo. Una caracterización de la etapa de Néstor Kirchner y de la de Cristina Fernández de Kirchner.

Estaríamos abusando del lenguaje si definiéramos a este Gobierno como el conductor o impulsor de un modelo. Los resultados económicos de la gestión de Kirchner se dieron a pesar de Kirchner. Porque son una consecuencia de la soja transgénica que viene de los ’90, porque es la consecuencia del default en que cayó la Argentina durante el periodo de Alberto Rodríguez Saá, y de la devaluación que, en un contexto muy particular, concretó Eduardo Duhalde.
La administración kirchnerista obtiene resultados a pesar de sus integrantes, los consigue como consecuencia de decisiones adoptadas previamente en el marco de un contexto internacional irrepetible. Tal es así, que hasta Haití creció en estos años.
Lo que este Gobierno no puede exhibir es lo que muestran los gobiernos serios como el de Chile, como el de Uruguay y como el de Brasil, que con este contexto internacional lograron reducir la desigualdad y la pobreza.
El kirchnerismo ofrece respuestas de corto plazo, del día a día. No trabaja con una visión estratégica ni con un proyecto de inserción de la Argentina en el mundo. La economía argentina se sostiene con un 40% de los trabajadores que están en negro. ¿Qué tiene de progresista tener semejante cantidad de trabajadores en esa condición ?
En este terreno el gobierno gestiona mal porque no hace un uso eficiente de herramientas que sí pueden ser muy útiles. Desde el Radicalismo, junto con otras fuerzas políticas, propusimos en su momento la implementación de la Asignación Universal, que el Gobierno afortunadamente tomó la decisión de ponerla en marcha, pero lo hizo mal porque lo hizo por decreto, lo hizo mal porque además no es universal y lo hizo mal porque se la come la inflación.

Aquí vale la pena detenerse en la trascendencia que tiene contar con índices confiables. Si el porcentaje oficial de la inflación se choca de frente con la realidad cotidiana, cada actor de la economía buscará su información y aportará su propio número. En consecuencia, es absolutamente indispensable normalizar el INDEC. Y hay que reconocer que la inflación es un problema, cosa que este Gobierno no hace. De hecho, el Gobierno le quiso hacer creer a los argentinos que la inflación del año 2011 fue del 8 por ciento.
El mayor condicionamiento que tiene la actividad política hoy es el de orden económico social. Si trazáramos una síntesis casi brutal podríamos decir que la década del 90 se caracterizó por una política económica de concentración extraordinaria que consolidó un enorme poder económico concentrado en muy pocas manos. Y esa situación generó exclusión, marginalidad social, pobreza y, de éste modo, una profunda inestabilidad política. ¿Por qué? Porque mientras en el quinquenio 91/95 la economía argentina creció en un 35 % acumulado de su producto bruto interno, en el mismo período se triplicó la desocupación pasando del 6 % a más del 18 %.
La etapa del kirchnerismo coincidió con un ciclo económico muy propicio para economías como la nuestra, la Argentina ha tenido en estos años una oportunidad histórica, una coyuntura de esas que se producen cada 60 años. Hace años que el precio de la soja y el precio de los productos primarios están por las nubes y a eso se suma la existencia de tasas de interés muy bajas en el mercado financiero internacional. Los países centrales están afectados por una fuerte recesión y necesitan salir de la retracción económica intentando atraer capitales y por eso bajan las tasas de interés.

La pregunta es: ¿qué hizo la Argentina con ese ingreso de divisas extraordinario que tuvo?, ¿aprovechó su oportunidad? Lamentablemente la respuesta es no, porque hemos tenido un crecimiento del 7, 8 y hasta 9 % en el PBI pero debemos decir que el desarrollo es otra cosa porque ese crecimiento nunca se tradujo en mejor calidad de vida, en mejoras de infraestructura, en mejor educación, en un mejor sistema de salud, en mejores expectativas de vida.
Si ponemos las cosas en blanco sobre negro podríamos decir que, por ejemplo, en lugar de alimentar permanentemente el aparato político clientelar, lo que implica además un alto grado de corruptela, la Argentina debería invertir en infraestructura para evitar tragedias como la de Once, pero los ferrocarriles argentinos son los mismos desde hace 60 años. Es solo un ejemplo que sirve para remarcar que ese gran viento de cola a favor del que dispuso éste gobierno gracias a la coyuntura internacional de los últimos años no fue aprovechado favorablemente.
Por eso sigue siendo necesario generar una alternativa política que aproveche este contexto favorable del que todavía dispone la Argentina y por eso urge construir una alternativa al populismo que hoy nos gobierna.
La nuestra no es una oposición cerril, cerrada. Sería una necedad decir que nunca hubo puntos de coincidencia, nuestro sector y buena parte de la UCR apoyó la modificación de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, es indudable que la actual es mejor que la anterior, la llamada Corte Menemista lo único que hacía era impedir que el máximo tribunal tuviera un funcionamiento independiente.
Pero también es cierto que el funcionamiento de la Justicia está muy lejos del ideal, la mayoría de las causas que implican casos de corrupción, como si se tratara de un procedimiento mágico, van a parar todas a un mismo juez y generalmente todas terminan en un sobreseimiento o en falta de análisis de las pruebas.

En la etapa en la que integramos el Consejo de la Magistratura, en el último período del año 2007, accedimos a la acusación contra algunos jueces y la verdad es que muchos de esos jueces que tenían un comportamiento poco digno, eran protegidos por el Poder Ejecutivo que con su mayoría legislativa y con la modificación del Consejo de la Magistratura impedían que prosperara la posibilidad de enjuiciamiento de los mismos.
Por eso es que en el ámbito de la Justicia solo rescatamos la mejoría de la Corte Suprema.

En su momento también coincidimos y lo hicimos público, cuando se produjo la quita sobre parte de la deuda externa. El propio Raúl Alfonsín emitió un comunicado que muchos de nosotros firmamos en el que apoyamos públicamente esa quita de la deuda.

Pero frente a éste panorama lo único que puede hacer el Radicalismo es constituirse en una alternativa.
Nosotros pensamos en una transformación productiva. A pesar del crecimiento económico que tuvimos estos últimos años, la Argentina no sólo tiene una desigualdad inadmisible y una pobreza inexplicable, sino que al mismo tiempo los obreros industriales que hoy hay en el país son menos que los que había hace trece años. Se ha perdido calidad institucional porque este Gobierno desprecia el razonamiento de equilibrio entre los poderes. Y no hay un buen aprovechamiento de las oportunidades que el mundo le ofrece hoy a la Argentina.

Lo primero que hay que señalar es que en un sistema democrático tener partidos fuertes es casi una necesidad, la Democracia tiene dos reglas de oro en cualquier lugar del mundo, la primera es el equilibrio y el control del poder y la segunda es la posibilidad de la alternancia en el ejercicio del poder, para lo cual es necesario generar una alternativa. Cuando uno es oposición no tiene que poner palos en la rueda pero sí ser claramente una alternativa, porque las democracias modernas y con mayor calidad institucional son aquellas que equilibran y controlan, y también tratan de ganar la voluntad para garantizar la alternancia en el ejercicio del poder.
Pero el Radicalismo tiene mucho que trabajar para constituirse en esa alternativa. Lo primero que debe hacer es fortalecer la unidad partidaria, una unidad amplia, generosa y sin exclusiones para así dar el segundo paso que es el de la búsqueda de sectores afines para que seamos capaces de ofrecer una alternativa al pueblo argentino.

Uno de los graves errores que cometió el Radicalismo en el último tiempo fue el de impulsar una política de alianzas que no tenía nada que ver con lo que, históricamente, el radicalismo pretendió representar.

El abrupto cambio en la política de alianzas, el viraje que pegó el Radicalismo en 2011 se tradujo en un altísimo costo político y electoral. Del acuerdo histórico que teníamos con el Socialismo, con quien co-gobernamos la provincia de Santa Fe con muy buenos resultados, se impulsó un insólito cambio con un fundamento meramente especulativo que produjo una gran confusión en nuestras bases y militancia y que se tradujo en un pésimo resultado electoral.
En 2007, cuando la UCR participó de aquella convergencia junto a Roberto Lavagna como candidato presidencial del Radicalismo, defendimos esa experiencia porque teníamos una gran afinidad de propuestas, Lavagna había sido un funcionario muy destacado de Raúl Alfonsín en aquel gobierno fundacional de la democracia en 1983 y, en materia económica compartíamos el diagnóstico de la situación, las ideas y los proyectos para ir hacia adelante.
Pero resulta muy diferente plantear nuestra pertenencia al espacio socialdemócrata y, luego, acordar electoralmente con un personaje vinculado ideológica, política y hasta estéticamente con el menemismo de los años 90 como Francisco De Narváez.

El Radicalismo es un partido de origen popular que no tiene nada que ver con ninguna vertiente ni variante del pensamiento conservador.

La UCR debe hacer una propuesta refundacional: en primer lugar, debe identificar las grandes políticas de Estado; luego, declarar su pertenencia al espacio socialdemócrata; y por último, modernizar su estructura arcaica, sustituyendo sus mecanismos de participación que, hoy, son solo una cáscara vacía.
Entendemos que una sola fuerza política considerada individualmente, no está en condiciones de afrontar la cantidad de desafíos que tiene que vencer, pero esa fuerza sí debe anclarse en un partido de fuerte inserción, arraigo y extensión territorial como lo tiene el Radicalismo. Por eso nos reconvocamos una vez más para trabajar en su recuperación porque hemos estado lejos de estar a la altura de esa responsabilidad en los últimos tiempos.

La generación del espacio para el debate político, la reconstrucción del Radicalismo, el debate del programa y la propuesta, la generación de una alternativa y la marcha hacia el futuro son las tareas pendientes.

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